La violència és la por als ideals dels demés. -Mahatma Gandhi-

viernes, 17 de diciembre de 2010

La moral del castigo

Del Gorgias platónico a la educación


El Gorgias platónico plantea varias cuestiones relacionadas con la moral. Después de que Sócrates logre convencer a sus “compañeros de lógos” de que es mejor sufrir una injusticia que cometerla, surge una segunda pregunta: ¿Qué es preferible una vez cometida la injusticia, ser catigado por ello o salir impune? La respuesta de los sofistas que acompañan a Sócrates es inmediata: siempre será mejor no recibir ninguna reprimenda y salir impunes. Como en tantas otras veces, le toca al otro yo de Platón argumentar a contracorriente: en su opinión, quien comete una injusticia adquiere una deuda con la sociedad, por lo que habrá que encontrar la forma de saldar esa deuda. Incluso para quien ha errado siempre será preferible recibir el castigo correspondiente, pues de esta forma su conciencia se quedará más tranquila y podrá afrontar el resto de su vida en mejores condiciones. La pena impuesta viene a ser una purificación que pretende borrar la injusticia que lo origina. Si por las acciones inmorales nos separamos de la sociedad, por el castigo volvemos a fundirnos con ella.

Traicionando a Platón voy a llevar la idea a un terreno que no es exactamente el de la moral, pero que guarda una estrecha relación con él: la educación. Desde hace varias décadas, vivimos en una especie de descrédito del castigo. La acción punitiva se considera un fracaso educativo: las recomendaciones del refuerzo positivo son sólo un complemento para argumentos alternativos que nos muestran que a través de los castigos no se aprende nada. Alterar, modificar o anular el derecho a la educación de los alumnos, se dice, no resuelve nada: ¿Qué se gana dejando en su casa a quien perturba permanentemente el orden de la clase? La acción punitiva está mal vista, a no ser que vaya acompañada de un adjetivo salvador: pedagógico o educativo. Hay castigos que, por lo que se ve, sí sirven para transmitir una enseñanza: reparar el daño causado, asumir tareas sociales o incluso comprometerse a un mejor aprovechamiento de las clases. De esta forma, se nos dice, tratamos a los alumnos como seres racionales y no como animales, con los que el castigo (incluso físico) es más habitual.

El problema de estos castigos “pedagógicos” es que pueden llegar a ser rechazados por los propios alumnos o por sus familias. En más de una ocasión he escuchado a padres decir que barrer los patios como castigo correspondiente a la acción de mancharlos era una tarea “indecente” y “vergonzante”, por lo que no estaban dispuestos a que sus hijos realizaran estas tareas reparadoras. Ciertos castigos educativos están, por tanto, mal vistos. Y en lo que todo esto se discute, llevamos años en los que los perjudicados son fundamentalmente dos: los compañeros de los alumnos que se comportan de manera injusta y estos mismos alumnos. Los primeros porque a veces tienen dificultades para seguir el normal desarrollo de la clase. Los segundos porque la comunidad educativa no tiene el suficiente valor para darles un mensaje claro: las consecuencias de ciertas actuaciones son graves y son castigadas. A juicio de Sócrates, este mensaje (quizás subliminal) era imprescindible para la formación moral de los ciudadanos. A juzgar por la burocracia que implica un expediente educativo o por las normativas de derechos y deberes, las autoridades educativas de nuestro tiempo no están muy de acuerdo con el filósofo ateniense.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Películas y filosofía

Origen

Carátula de Origen

La cuestión de la diferencia entre el sueño y la vigilia tiene un largo recorrido en filosofía. Aparece también en la literatura, el arte y, como no podía ser de otra manera, el cine. Origen, una de las películas del verano, juega con esta oposición, añadiéndole una particularidad: la posibilidad de cambiar la vida real a través de los sueños.

El protagonista de la película se ha convertido, muy a su pesar, en un especialista en este tipo de “intervenciones”: después de haber soñado durante mucho tiempo junto a su pareja, se ve obligado a vivir para siempre alejado de su familia. En ese destierro, real y sentimental, se dedica a profundizar en su habilidad, trabajando para empresas y gobiernos con la finalidad de extraer información a personas influyentes mientras duermen. Escapando de quienes le persiguen aparece un último encargo, que podrá permitirle volver a su casa si es completado con éxito.

Como se ve, se entremezlan situaciones filosóficas, con otras características de las películas de acción, cristalizando en lo que algunos llaman, seguramente con precipitación, la Matrix del siglo XXI.

Desde un punto de vista filosófico la película ofrece cierto juego: nos recuerda, por ejemplo, varias ideas del psicoanálisis, al interpretar que mientras soñamos nuestra conciencia se relaja y permite acceder a los lugares más escondidos de la mente, levantando la vigilancia de nuestros propios secretos. Aparecen además diferentes niveles de sueño, ya que las resistencias del sujeto (a veces entrenado para ello) impiden que los “extractores” lleguen a lo más profundo de nuestra conciencia. Así, habrá que ir desarmando al consciente, con sueños dentro de sueños que en realidad se traducen en cuatro historias paralelas que en principio son simultáneas en el tiempo. Sólo de esta forma se puede llegar al nivel necesario para implantar una idea en la persona que duerme, que es la complicada misión que ha de afrontar el protagonista junto a su equipo. Tocar el origen del pensamiento, la conciencia y la personalidad es la única manera de modificar la manera de pensar. Una tesis idealista subyacente: “la idea es el parásito más resistente.” Una vez implantada esta idea, no habrá manera de erradicarla: terminará siendo real.

Este idealismo se complementa con otra tesis: las ideas dependen de las emociones. Si queremos implantar una idea, la argumentación, el diálogo o la razón es un camino equivocado. Habrá que crear la emoción que puede germinar en esa idea. Y eso es precisamente lo que pretenden los protagonistas. Todo en ello en escenarios oníricos, que por momentos recuerdan a Escher o a las vanguardias, colaborando a dar un toque distópico a la acción: la evasión de la realidadque supone el sueño termina volviéndose sobre aquellos que no están satisfechos con su vida real. Y es que junto a la trama de acción hay otra dramática, en la que el protagonista debe purgar una historia de su pasado. Buceando en los sueños ajenos realiza también un ejercicio de instrospección personal, en el que los remordimientos y la culpabilidad le convierten en su mayor enemigo. Como se ve, hay muchas historias en Origen, muchas películas en una sola, con escenas en las que los diálogos podrían llevarse a una clase de filosofía. Seguro que no tardarán en publicarse en la red algunos fragmentos comentados, ya que los diálogos guardan relación con algunos de los temas que surgen en las aulas.


Match Point

Carátula de Match PointNos negamos a aceptar que el azar sea el motor de nuestras vidas. Queremos creer que la mayoría de las cosas dependen de nosotros, que somos los únicos pìlotos de nuestro coche. La percepción, ilusoria o no, de que todo lo que hagamos por mejorar tendrá su recompensa, es lo que nos hace movernos. Ser más y querer más. Creer que las cosas dependen de nosotros. Match Point no pretende negar la capacidad del ser humano para crearse y creerse a sí mismo. Pero sí subraya queno podemos controlar todas las variables, que la vida es una cadena de causas y azares entremezclados, que nunca podemos ser plenamente conscientes de las consecuencias de nuestras acciones. No hace falta escarbar mucho en nuestra memoria para encontrar momentos en los que la diferencia entre la gloria y el fracaso ha sido ínfima: prácticamente insignificante, pero trágicamente significativa. Y el deporte es una buena prueba de ello. Meses de entrenamiento y dedicación para que al final todo dependa de la última jugada. ¿Exagerado? No tanto como podríamos pensar. Si revisamos nuestra vida personal, también ella está llena de casualidades.

Match Point es una película muy rica en significados filosóficos. La reflexión fundamental de la película gira en torno al azar y la necesidad, la casualidad y la causalidad, la libertad y la determinación, lo que elegimos y lo que nos viene dado. Opuestos separados por una línea tan fina como la de una red de tenis. Con todo, no es el único eco filosófico: aparece también el amor y las diferentes maneras de vivirlo, los límites de la ambición frente a los valores y las normas morales. El riesgo como actitud ante la vida: ¿Cuánto arriesgar? ¿Cómo hacerlo? Todo ello contado con el trasfondo de la clasista sociedad británica, en la que el nacimiento no determina siempre cuánto dinero puedes ganar, pero sí con quién te puedes relacionar: aristocracía vacía en estado puro, seguramente no muy alejada de la que podemos encontrar no sólo en Gran Bretaña sino en otros países. De la ética a la sociología y la política. Es difícil condensar más temas de una sola película.

En cierta manera, la película bordea la tragedia griega: los acontecimeintos se van ligando de una manera inesperada, como si hubiera un personaje oculto en la película (una especie de destino griego a la inglesa) que se dedicara a enredar personajes, intenciones y tramas. Cuando todo parece abocar en una dirección se produce un giro inesperado, un golpe en la red de la pelota argumental que convierte en ganador del partido al que tenía todas las papeletas para perderlo. Y todo ello con una particularidad: debería haber perdido desde un punto de vista moral “tradicional”. Porque en el fondo algo de Nietzsche respira también en la película, en tanto que nos cuenta cómo uno de sus protagonistas logra ir realizando su “voluntad de poder”, superando las convenciones morales y derrotando a su propia conciencia. Una película con mucha sustancia filosófica: sería más que recomendable entresacar algunas de sus escenas para comentarlas en clase. Si alguien se atreve con la tarea, que deje por aquí el aviso para estar al tanto…


La Ola

Sobre los orígenes del totalitarismo

Carátula de La OlaLa historia suscita cuestiones filosóficas variadas y estimulantes. Nos trae el pasado al presente, pone en relación tiempos diversos y plurales, compara formas de vida y de pensamiento. De hecho, puede convertirse incluso en un tema novelesco: puede que cualquier día el género de la historia ficción logre las cotas de popularidad de la novela histórica. Quién sabe. Una de las preguntas relacionadas con la filosofía de la historia consiste en plantear la posible repetición de sucesos del pasado: ¿Es posible, por ejemplo, que ocurra una tercera guerra mundial? Después de la experiencia del nazismo, ¿Podría volver a ocurrir que el totalitarismo fascita se instalara en algún gobierno europeo? El sedante de la costumbre y la cotidianidad nos lleva a rechazar tal hipótesis. Parece que contamos con mecanismos políticos y sociales suficientemente sólidos como para desechar tal hipótesis. Por el contrario, la película que presentamos hoy, plantea un argumento distinto: no se trata de una cuestión política, sino fundamentalmente psicológica. Es nuestra mentalidad la que puede predisponernos al totalitarismo.

La ola nos enseña, entre otras cosas, que a veces buscamos alguien que nos mande. La debilidad del ser humano es uno de los puntos fuertes del fascismo. En ciertos momentos necesitamos orientaciones, normas, pautas. La película es, a este respecto, un fiel reflejo de procesos que están ocurriendo todos los días: los grupos radicales de cualquier signo o las sectas que anulan la individualidad siguen punto por punto el proceso por el que pasan los protagonistas. Un lema, un logotipo, una simbología, un uniforme. Todos al final somos uno. Todos formamos una gran ola. No es, ni mucho menos, una película de ficción: se basa en hechos reales, y recuerda, con matices, a experimentos psicológicos bien conocidos como el de Salomon Asch o Philip ZimbardoPhilip Zimbardo.Philip Zimbardo. La experiencia de una clase va mucho más allá de las aulas, en una aplicación un tanto sui generis del learning by doing. La película nos enseña cómo un grupo de jóvenes más o menos desorientados se convierten en un grupo totalitario y excluyente. Y todo en menos de una semana.

La película no deja indiferente a quien la ve. Habrá quien salga del cine encantado, y habrá quién la considere una exageración, lenta pesada y aburrida. Sin embargo a todo el que la ve debería plantearle ciertos interrogantes. Los amigos de la abstracción podrían elaborar teorías sobre la condición humana y su maleabilidad. Los que sientes más simpatía por lo concreto, podrían buscar ejemplos reales y actuales en las que las estructuras totalitarias siguen vigentes, actuando con todo su vigor. Es fácil pensar que lo que sugiere la película no ocurre en occidente, dado que todos vivimos en sistemas que se dicen democráticos. Pero esto no quiere decir que los mismos mecanismos de poder que de forma imperceptible se van introduciendo en la película aparezcan también en la realidad: un lema, un logotipo, una simbología, un uniforme. Todos somos uno, que es capaz de pensar, vivir, actuar y decidir por los demás. La sumisión, la conformidad, la necesidad de guías. No se trata sólo de condiciones históricas, políticas y sociales particulares, características de un tiempo histórico concreto. La ola nos habla de la dominación y la anulación cotidiana de la individualidad, del miedo, de la inseguridad como coartada y baza ganadora del poder. Del totalismo a gran escala pero también del pequeño. Es, en definitiva, una película llena de ideas y pensamiento.


La vida de los otros

Cómo el poder mira a sus individuos.

La vida de los otrosMirar es una de las pasiones del ser humano. Decía Aristóteles que la vista es uno de los sentidos predilectos del ser humano. Hay algo de mágico en mirar, de poderoso. Algo que dota a los ojos y todo lo que registran de un poder especial. La mirada se asocia a veces al poder: gracias a la contemplación llegamos a dominar la naturaleza y gracias al espionaje el sujeto termina anulado por una red invisible que termina conociéndolo todo. La historia reciente de Europa incluye varios casos, y de los actuales no nos enteraremos hasta que pase el suficiente tiempo, como para que ya nada importe. La vida de los otros recupera precisamente este tema: los instrumentos de dominación del poder, y su capacidad para tocarlo todo, paraconfigurar la realidad. No hace tanto que el poder político exigía no sólo cierta sumisión entendida casi como habitual en nuestros días: no se trataba sólo de integrarse en una forma de vida, sino de comulgar con ella, hasta el punto que pensar distinto era un acto de disidencia. Es entonces cuando mirar se convierte en una actividad esencial para el mantenimiento del sistema.

Basta esperar un tiempo determinado para que aparezca una relación entre quien mira y lo mirado: nadie puede permanecer absolutamente impasible frente a lo que ve, pese a toda la adhesión incondicional que nos exija el sistema. El choque entre el poder político ejercido de forma autoritaria y la autonomía individual crece inevitablemente. Quien vive sólo para mirar deja de vivir, y prolonga su vida en la de aquellos que vigila: ríe cuando los otros ríen, disfruta cuando ellos lo hacen, o llora y sufre cuando ve el sufrimiento ajeno. Es la vida de los otros la que termina siendo propia, debatiéndose entonces entre la empatía más natural que podamos imaginar, y el dictado irracional de un poder que abusa de sus funciones hasta convertir al ser humano en un mero objeto, carente de dignidad. No se puede mirar la explotación y la humillación sin intervenir, sin actuar. Sin arriesgarse a ser parte activa de lo que se ve, queriendo cambiar el curso de los acontecimientos.

La vida de los otros es probablemente una de las películas que mejor retrate el problema de la relación entre el ser humano y el poder político. Las técnicas de dominación aparecen en cada fotograma: mucho más allá de los micrófonos y las cámaras, la clave del totalitarismo reside en su capacidad de crear al sujeto. Ya dejó Foucault bien indicado que esta palabra podía referirse también a la sujeción que los individuos sufren respecto al estado. Los que están siendo vigilados están sujetos, agarrados a un poder que piensa por ellos, que controla sus movimientos, incluso cuando está ya próximo a su fin. Con todo, siempre queda una escapada, una puerta abierta: incluso cuando el poder nos anula, cuando bloquea cualquier intento de crítica o de originalidad, es posible estar a la altura, rebelarse o mostrar que no se está de acuerdo. Otra cuestión a discutir es si estos intentos de reivindicar la propia dignidad y la autonomía personal logran realizarse con éxito o fracasan con la muerte, aunque sea inesperada. Una película más que recomendable y llena de significados filosóficos.


Un lugar en el mundo

Marxismo, propiedad, colectivización y justicia.

Un lugar en el mundoLa película que rescatamos hoy de un olvido inmerecido (nunca suele aparecer en listas, muchos ni siquiera la han visto…) merece la pena por diversos motivos. No sólo porque en su día se llevara la concha de oro del festival de San Sebastián ni porque, por una vez, crítica y público se pusieran de acuerdo en escogerla. Si a todo esto le añadimos una interpretación excelente (Federico Luppi, José Sacristán, Cecilia Roth…), una buena historia, y una dirección magistral (al menos eso dicen los entendidos), y si le sumamos el interés que tiene la película como retrato de una forma de vida, como expresión de unacrítica social más que necesaria, pues tenemos todos los ingredientes para incluirla entre las películas que dan que pensar, que interpelan al espectador después de haberlas visto, y que nos pueden abrir a un nuevo terreno de análisis y reflexión sobre la realidad. Una película con potencial educativo y filosófico.

El flashback inicial rodea toda la acción de cierto toque de nostalgia. Como si ya los tiempos no estuvieran para demasiados idealismos, como si las cruzadas ideológicas hubieran terminado aplastadas por el rodillo. ¿A quién se le ocurriría a estas alturas de la historia, azuzar a los caballos para que el carro vaya más rápido que el tren? Cosas de locos, ningún carro puede competir con el AVE. Pero qué duda cabe: quizás exista el gen de la utopía y del idealismo. Igual da ganar a un tren una carrera que organizar una cooperativa que plante cara al cacique terrateniente de turno, más interesado en el progreso de su poder y su bolsillo que en unas decenas de vidas humanas. Y es que por mucho que cambien los tiempos no hacen más que maquillarse: con caras aparentemente nuevas, con matices que en nada cambian los problemas de fondo, los contrastes y enfrentamientos que retrata la película siguen existiendo. Desde la ciudad más desarrollada del mundo a la última favela o chabola.

Un lugar en el mundo representa, en este sentido, un canto al ser humano: a su libertad, a su dignidad y a su capacidad de cambiar las cosas, de ofrecer alternativas al gris y ritunario paisaje social, cultural, rural, económico. Tenemos el mundo que nos merecemos, parece que quisiera decirnos la película. No es que tengamos todos que echarnos a las calle, montar barricadas y promover la abolición de la propiedad privada. Pero sí que vivimos dormidos, anestesiados, ajenos a una realidad que nos debería pinchar. Como le pincha al poder, en sus más diversas manifestaciones, que ese gen de la utopía siga perviviendo, por debajo de todas las distacciones sociales. Quizás el escepticismo nos haya convertido en descreidos, no sólo en ateos (hace ya décadas que occidente lo es): perdida la fe en Dios, nos quedaba la fe en el hombre, que ya parece extinguirse. Dejarse atrapar por la película plantea interrogantes que van mucho más allá de problemáticas particulares. Cuando termina nos deja un gusto amargo, pendiente de la pregunta: ¿qué hago yo para cambiar este sabor de boca?